domingo, 12 de enero de 2014

Vitamina D; daño yatrogénico; estrategia

No voy a hacer una entrada intensiva sobre las bondades de la vitamina D que para ello ya tenéis la entrada en muscleblog (en español), con una breve bibliografía de 359 publicaciones científicas y somera relación de los beneficios. Os dejo un párrafo para tentaros:
También aquellas personas con niveles más elevados de vitamina D presentan un 250% menos de cardiopatías, menor incidencia de diabetes tipo I y diabetes tipo II, menor incidencia de artrosis, osteoporosis, fracturas, caídas, asma, alergias, infecciones respiratorias, artritis, fatiga, hipertensión, ciertas enfermedades neurológicas y menor mortalidad por cualquier causa (8,9,10,11,12).
Y no, la lista aún no está completa, ya que tenemos por ejemplo implicación de la vitamina D en las hernias discales (o, quizás simplemente en sus síntomas clínicos) donde dependiendo de los alelos de los receptores nucleares de vitamina D hay una mayor incidencia, posiblemente (no he encontrado gran cosa) por hacer al individuo más vulnerable ante niveles bajos de dicha vitamina.


Daño yatrogénico


Bueno, pues en realidad no es probable que tomar vitamina D extra tenga un impacto de esta magnitud. La cruda realidad es que gran parte de las diferencias de salud entre aquellos con buenos niveles de vitamina D en sangre y aquellos con niveles bajos son previsiblemente consecuencia de las campañas desmedidas induciendo miedo al sol (la última gota tras alejarnos del África tropical, trabajar entre cuatro paredes, sustituir el pescado salvaje por el de piscifactoria, estabular los animales domésticos y disuadir del consumo de grasas saturadas), es decir, daño yatrogénico provocado por los dermatólogos: sí, habrán conseguido reducir la incidencia de cánceres de piel no melanoma... a costa, seguramente, de aumentar la incidencia del resto de cánceres y de aumentar la mortalidad por cualquier causa.

Una muestra especialmente grave de la disonancia cognitiva imperante por la excesiva especialización médica es palpable en la comparación entre el periodo recomendado de suplementación de vitamina D en la infancia y la recomendación de inicio de exposición solar en niños:
En fin, del año de vida hasta los 3 tenemos niveles paupérrimos garantizados siguiendo las recomendaciones de los expertos. Menos mal que los imbéciles que hacemos caso a los expertos, considerando que no son una panda de ignorantes selectivos con anteojeras, somos pocos... o quizás no. El problema no está sólo presente en el tema de la vitamina D, sino que se da en cuanto a la identificación de las causas principales de la enfermedad cardiovascular (los endocrinos, siguiendo las pautas de los cardiólogos, ponen a dieta baja en colesterol y grasa saturada y, con un par, alta en carbohidratos a los diabéticos; no os perdáis el libro Good Calories Bad Calories de Gary Taubes, o su anterior pieza más breve en el New York Times —sin referencias, eso sí—; libremente accesible tenéis el informe de investigación de William R. Ware acerca de la restricción de carbohidratos o el intensivo trabajo realizado por Jenny Ruhl), por ejemplo.

Lo bueno de la estadística es que nunca vas a poder saber con certeza si los daños que observas a tu alrededor, niños incluidos, son realmente los producidos por la medicina heroica o si aun con consejos coherentes entrarían dentro de la casuística residual de enfermedades que seguirían estando ahí (previsiblemente seguiría habiendo asmáticos aun sin el uso de paracetamol y garantizando buenos niveles de vitamina D). A mí me queda la sospecha carcomiéndome de haber sido el crédulo brazo ejecutor.

Personalmente ya no me fío de las posiciones oficiales cuando hay disidentes que mantienen una postura opuesta: ¿quién te dice que los ineptos no estén en los comités de expertos en vez de en los disidentes? Sí, se hace imprescindible hacer una lectura crítica de ambas posturas. Sí, no es ni mucho menos suficiente los vórtices de  verborrea (verbosity hole), mal llamados documentos, de los expertos, donde ni se dignan a debatir sobre los argumentos expuestos por los críticos, tales como el informe de la EFSA sobre el aspartamo o el grupo encargado de las recomendaciones de tratamiento de la enfermedad cardiovascular (en español; añadido el 14/XI/2017) en EE.UU.





Estrategia


Yo ya no hago prácticamente caso a ningún estudio que no hable de mortalidad total, o sea, por cualquier causa, la única medida realmente objetiva.

Tampoco utilizo la misma vara de medir para evaluar sustancias xenobióticas que sustancias no sólo endobióticas sino imprescindibles como la vitamina D.

Tampoco exijo ni espero por ensayos clínicos reduccionistas que demuestren beneficio de la suplementación aislada de vitamina D cuando no se les exigieron a los dermatólogos para garantizar la seguridad de sus recomendaciones para la reducción del cáncer de piel no melanoma antes de provocar la deficiencia imperante. Reduccionistas porque el daño yatrogénico no sólo se circunscribe a la deficiencia de vitamina D, sino que es altamente probable que las recomendaciones dietéticas actuales nos lleven a una ingesta reducida de magnesio y éstas junto con el uso indiscriminado de antibióticos nos lleven a bajos niveles de vitamina K2, por lo que no deberíamos tratar la deficiencia de la primera sin garantizar un buen aporte de sus cofactores sinérgicos.

Lo fundamental es anular el daño yatrogénico.


Decidir nivel objetivo de calcidiol en sangre


Hay distintas posturas acerca de cuál debería ser el nivel de vitamina D semiactivada (calcidiol o 25-OH-vitamina-D) en sangre que provienen de argumentaciones que no considero directamente una estupidez (como la del Institute of Health norteamericano para garantizar un 2'5% de clientes deficientes, más si no consideramos únicamente las consecuencias más básicas —óseas— de la falta de vitamina D), tal y como os apuntaba en un comentario:
Obviamente lo natural para los caucásicos sería dejar caer el nivel de calcidiol en sangre durante el otoño-invierno: yo aquí apuesto por que sobrevivir a dicho periodo en esas condiciones no significa ir a disfrutar de mejor salud (no sobrevivir ya está claro). Mi meta es un nivel más o menos constante durante todo el año.


Medir el calcidiol en sangre



Una vez elegido el nivel de calcidiol en sangre deberíais medíroslo, antes o después de empezar a suplementar. Personalmente sólo me lo empecé a medir tras varios meses de tomar 5.000UI los días que no tomo el sol del mediodía. Ídem para los demás adultos que me rodean.

Dados los recortes, si tenéis problemas para que os lo midan en la sanidad pública siempre podéis utilizar un servicio de análisis con envío de muestra por correo.


Dedo de mi hermana tras uso de lanceta y tras obtener las 4 gotas requeridas

En el caso de mi chica, mi padre y mi hermana utilizamos el ofertado por el City Hospital de Birmingham (vía Dr. Briffa). Aunque las instrucciones dicen que el proceso ha de hacerse por teléfono, yo hice toda la gestión mediante correo electrónico. He de decir que de lo más amables y eficientes.


Medir el nivel de glucemia pre- y postprandial


Además de lo que ya he comentado al respecto, como pueda ser la entrada de O Primitivo, es bastante esclarecedor echar un vistazo a los riesgos relativos tanto de mortalidad por razones cardiacas como de mortalidad por cualquier causa en función del tanto por ciento de hemoglobina glicosilada (hemoglobina de los glóbulos rojos que ha reaccionado con la glucosa de la sangre de forma permanente, sirviendo de medida aproximada del nivel medio de glucemia en los últimos tres meses) en la cohorte de Norfolk del estudio epidemiológico EPIC (vía Petro Dobromylskyj), tabla 2.

Hay que tener en cuenta que incluso en diabéticos, el tanto por ciento de hemoglobina glicosilada debería estar por debajo del 6%, eso sí, consiguiéndolo no mediante medicación masiva sino mediante la restricción de carbohidratos. El no hacerlo supone exponer al organismo a daños lentos pero inexorables.

Midiéndome la glucemia antes de comer: 4'8mM = 86mg/dl

Pues bien, el tanto por ciento de hemoglobina glicosilada no deja de ser un marcador secundario de nuestra exposición a la glucosa en sangre. Una medida más directa es controlar la glucemia antes y a 1 y 2 horas después de acabar de comer, tal y como ya realicé en su día y adapté mis comidas habituales en consecuencia.

Afortunadamente el pulpo con cachelos no me produce subida exagerada (121mg/dl a la hora y 108mg/dl a las dos horas).

Un indicador de que puede que no estéis lidiando bien con los carbohidratos, llevando a niveles no deseables de glucemia (la última en irse al garete es la de en ayunas), es vuestro nivel de triglicéridos en sangre supera los 150mg/dl o, si también os lo miden, que vuestro cociente de triglicéridos dividido por colesterol HDL sea mayor a 3'5 en hombres o 2'5 en mujeres. Quien quiera preocuparse por su nivel de colesterol (yo ya no lo hago), que no se olvide de diferenciar entre fumadores y no fumadores: esclarecedor son los resultados del estudio epidemiológico PROCAM.


Exposición a antibióticos


Una recomendación habitual en foros paleo es la de acompañar los tratamientos con antibióticos, durante o después, con probióticos para recuperar la flora intestinal. Como ya he comentado, pudiera ser que una flora intestinal sana, entre otras cosas, dé lugar a un aporte suficiente de vitamina K2 (nosotros, por si las moscas, suplementamos).

Personalmente creo que lo que hay que hacer es evitar por todos los medios disponibles la ingesta/uso de antibióticos. Para ello, además de garantizar un buen nivel de vitamina D, es altamente recomendable familiarizarse con la suplementación en dosis elevadas de vitamina C. Obviamente la medicina occidental aún no ha incluido la vitamina C intravenosa como antivírico (ya no digamos como antibacteriano) y he de confesar que me muevo con facilidad entre el optimismo y el pesimismo al respecto de que ocurra en el medio plazo.

En descarga de la medicina oficial, y al contrario de la posición oficiosa de los médicos ortomoleculares echando la culpa al Dr. Sabin, yo apostaría que el origen de la no aceptación de la vitamina C como potente antivírico fue debido al uso de la vía subcutánea en el experimento inicial del Dr. Jungeblut en macacos, y posteriores réplicas por el Dr. Sabin, en vez de la vía intramuscular o intravenosa que dio lugar a éxitos clínicos en humanos ahora ignorados.